Los aranceles de Trump, la oportunidad para que México se convierta en potencia
Por Luis Piña
Se cumplen dos semanas desde que Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos, y el panorama mundial no es más que la materialización de lo que ya se preveía: descalificaciones constantes contra gobiernos y organismos internacionales, su victimización ante la crisis de adicciones que azota a su país y su insistencia en posicionar a Estados Unidos como la única potencia militar y económica. Nada distinto a lo que prometió en campaña.
En este contexto, el anuncio del sábado sobre la imposición de un arancel del 25 % a las exportaciones mexicanas tampoco es una sorpresa. Como era de esperarse, las redes sociales y los opinadores reaccionaron con discursos apocalípticos sobre una inminente crisis para México y para Estados Unidos. Sin embargo, más allá del impacto económico que tendrá esta medida, lo que pocos mencionan es la oportunidad histórica que se abre para México.
Hoy más que nunca, México tiene la posibilidad de emerger como una de las potencias económicas más relevantes del continente y del mundo. Actualmente, más del 14 % de los productos que consume Estados Unidos provienen de México. La imposición de aranceles afectará sin duda la economía estadounidense, pero también brinda a México un motivo para replantear su modelo económico y fortalecer sectores clave que han sido abandonados debido a la dependencia del mercado estadounidense.
El neoliberalismo consolidó la subordinación económica de México a Estados Unidos, desmantelando industrias estratégicas y debilitando la producción nacional en favor de importaciones. Sin embargo, este nuevo escenario abre la posibilidad de revertir esa tendencia y convertirnos en una potencia equiparable a China, Rusia o Brasil, e incluso superar a Estados Unidos en algunos sectores.
México dejó de producir ciertos bienes esenciales debido a su dependencia de productos estadounidenses, entre ellos:
- Petróleo refinado: A pesar de ser una potencia petrolera, México dejó de refinar crudo y optó por comprar gasolina, diésel y otros energéticos del extranjero. Es momento de reactivar la refinación nacional y recuperar la soberanía energética.
- Industria automotriz: México es líder en la exportación de autopartes, pero el ensamblaje final de algunos vehículos ocurre en Estados Unidos. Este es el momento de fortalecer nuestra industria y comenzar a ensamblar más automóviles en el país para su venta en América Latina y otros mercados, gracias a la ventaja geográfica que tenemos y la facilidad de acceso marítimo a Europa o Asia.
- Tecnología para la industria: Contamos con universidades especializadas y talento en ingeniería, pero la falta de inversión ha limitado la producción de tecnología propia. Apostar por el desarrollo tecnológico podría convertir a México en un líder en innovación industrial. Bien lo sabe la presidenta Claudia, quien es científica y ha padecido este problema.
- Productos agrícolas: Antes del Tratado de Libre Comercio, México era una de las naciones con mayor producción agrícola. Sin embargo, la apertura comercial llevó al abandono del campo, provocando migración y desigualdad. Si Trump quiere reducir la migración, la mejor respuesta de México es recuperar la inversión en el sector agrícola, impulsar la producción local y fortalecer el mercado interno.
El reto, sin embargo, no es solo económico, sino también cultural. Durante años, se ha inculcado la idea de que Estados Unidos es el centro del mundo y que nuestra economía depende inevitablemente de su benevolencia. Cambiar esta mentalidad es clave para fortalecer una identidad económica independiente y enfocada en el desarrollo interno.
Por otro lado, no se trata solo de resistir los embates de Trump, sino de pensar estratégicamente en el futuro. México tiene los recursos, el talento y la capacidad para diversificar sus mercados y establecer nuevas alianzas internacionales. Mirar hacia América Latina, Asia y Europa puede ser el primer paso para reducir la dependencia de Estados Unidos.
La historia nos ha enseñado que las crisis pueden ser puntos de inflexión. Este es el momento para decidir si seguimos siendo un país que espera con temor las decisiones de un líder extranjero o si asumimos el control de nuestro destino. La pregunta no es si podemos hacerlo, sino si tenemos la voluntad de aprovechar el momento. ¿Nos atreveremos a construir nuestro propio camino o seguiremos esperando que otros nos dicten el rumbo?