El pragmatismo político de Morena. La inclusión de antiguos adversarios

Por Allan Pozos
Nuestro partido, Morena, surge como resultado de las luchas ideológicas y sociales, donde los ideales y principios enarbolados por nuestro dirigente principal, el presidente Andrés Manuel López Obrador, han sido detonantes de la organización política del movimiento de transformación nacional. Estos han permitido hacer frente con enorme éxito a las políticas neoliberales que durante tantos años sumieron en la pobreza y en la corrupción a nuestro pueblo mexicano, de tal forma que los procesos electorales han dado el triunfo a Morena de manera avasalladora desde 2018.
La base militante de nuestro movimiento es la que, con fuerza, impulsa a la dirigencia del partido a mantener sus principios, entre ellos la exigencia de controlar el arribismo de personajes que representan las viejas prácticas políticas de la corrupción. Y aunque el argumento principal proviene del derecho legítimo de todas las personas a afiliarse a un partido político, cabe la duda razonable de si los antiguos funcionarios y dirigentes de la derecha partidista de nuestro país deben o no tener cabida en Morena.
Para ello, es necesario reconocer cuáles son las motivaciones para afiliarse a un partido político.
La primera es por membresía y la segunda, por identidad. Obviamente, quienes tienen una afinidad con los ideales y principios del movimiento se han afiliado por identidad y sentido de pertenencia. En cambio, muchos de los que se afilian por membresía buscan obtener privilegios derivados de su pertenencia al partido, por ejemplo: cargos públicos, presencia política, prestigio, poder político y reconocimiento. En otras palabras, son los privilegios que esperan percibir quienes se registran sin identidad ideológica, mientras que la militancia de base, que se ha afiliado por identidad, espera que se cumplan los ideales y principios.
Bien podríamos resumir estas concepciones en arribistas y creyentes, sin que el hecho de ser creyentes se conciba como fanatismo, puesto que la construcción histórica de nuestro movimiento se forjó sobre grandes sueños de transformación. Andrés Manuel López Obrador retomaba la frase de Ricardo Flores Magón:
«Cuando muera, mis amigos quizá escriban en mi tumba: ‘Aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘Aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar la inscripción: ‘Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas’».
El Movimiento de Regeneración Nacional ha demostrado una notable capacidad para adaptarse y evolucionar dentro del sistema político mexicano. Una de las estrategias más cuestionables, pero que en el ámbito electoral ha sido de las más efectivas, ha sido la inclusión de personajes que anteriormente fueron adversarios del movimiento, estrategia anunciada por el mismo AMLO en 2017 en el llamado Acuerdo Político de Unidad por la Prosperidad del Pueblo y el Renacimiento de México. Desde su fundación, el partido ha adoptado una postura pragmática, buscando alianzas y sumando a sus filas a políticos de diversos orígenes, incluidos aquellos que anteriormente se opusieron al movimiento. Este proceso se ha intensificado desde el triunfo de AMLO en las elecciones presidenciales de 2018, cuando Morena se consolidó como una fuerza política hegemónica.
En un sistema político competitivo, la capacidad de atraer a políticos de otros partidos puede ser crucial para ganar elecciones. Morena ha utilizado esta estrategia para asegurar victorias en diversos niveles de gobierno. Sin embargo, ¿hasta dónde es posible que la dirigencia estire la liga del pragmatismo por encima de los ideales y principios de la militancia?
La supervivencia y el crecimiento de cualquier partido político dependen en gran medida de su capacidad para atraer y retener adeptos. En el caso de Morena, el pragmatismo político se refleja en la manera en que distribuye los incentivos a sus afiliados. Estos incentivos pueden clasificarse en dos tipos: colectivos y selectivos.
Los incentivos colectivos en Morena incluyen los ideales y principios del partido, tales como la lucha contra la corrupción, la justicia social, la igualdad y el bienestar de los más desfavorecidos. Estos crean un sentido de comunidad y pertenencia entre los miembros, quienes se sienten parte de un movimiento más amplio que busca transformar la vida pública de México.
Por otro lado, los incentivos selectivos son beneficios específicos otorgados a ciertos individuos dentro del partido. Estos pueden incluir posiciones de liderazgo, candidaturas a cargos de elección popular, oportunidades de formación y desarrollo profesional, y acceso a recursos financieros. Son una herramienta poderosa para mantener la lealtad y el compromiso de aquellos que ocupan posiciones estratégicas dentro de la organización. En otras palabras, el pragmatismo institucional del partido beneficia a antiguos adversarios para ganar adeptos, lo que da ventaja a los arribistas.
Ahora bien, para que Morena mantenga su base de apoyo y continúe siendo relevante en el panorama político mexicano, es crucial que exista una buena correlación entre los incentivos colectivos y selectivos. Si bien los incentivos selectivos son necesarios para recompensar a los líderes y mantener la estructura del partido, no deben otorgarse en detrimento de los ideales y principios que identifican y unen a la base militante. La percepción de que el partido favorece a unos pocos a expensas de los ideales colectivos genera descontento y desafección entre los miembros, lo que a su vez puede llevar a la pérdida de militantes y a la decepción política.
Morena enfrenta el desafío de equilibrar ambos tipos de incentivos de manera que mantenga la cohesión interna y la credibilidad externa. Cuando el pragmatismo político aumenta, disminuye la fortaleza ideológica del partido, se incrementan las luchas internas y cobra fuerza la bandera que exige democratizar los procesos internos, la toma de decisiones y el reconocimiento de la militancia de base. Por ello, la dirigencia debe continuar promoviendo los ideales colectivos del partido y asegurarse de que todos los miembros se sientan parte de un movimiento mayor. De manera equitativa y justa, se deben abrir las puertas para que la lealtad y el mérito sean recompensados por encima de los intereses de grupo, particulares o de los arribistas.
Un equilibrio adecuado permite mantener la cohesión interna y la lealtad de sus miembros, asegurando así la estabilidad y el crecimiento del partido. Si se ignora esta correlación, existe el riesgo de perder credibilidad dentro del movimiento, debilitar la estructura organizativa del partido y romper la tan pregonada unidad que exigía a toda costa Mario Delgado.
Decía Ángelo Panebianco:
«Es la presencia de los creyentes, finalmente, la que impide a los partidos ser hasta sus últimas consecuencias esos animales oportunistas descritos por Downs, prontos a moverse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda por un puñado de votos.»