MORENA y los caballos de Troya
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Por Luis Tovar
Entre la clase política que fue perdiendo presencia e injerencia en la vida pública, quizá fueron los ligados al poder económico los que más resintieron el repudio de los millones de electores que otorgaron su confianza a la Cuarta Transformación. Algunos de ellos optaron por atrincherarse en negocios turbios, manteniendo un bajo perfil que les permitiera beneficiarse de los contratos de gobierno sin hacer tanto ruido. Otros prefirieron apostarle abiertamente a la confrontación, pensando que podrían contribuir a un imposible triunfo de la oposición. Y otros, no pocos, habría que decirlo, optaron por tatuarse la camiseta del morenismo para adentrarse lo más profundo posible en la vida interna de ese partido, incluyendo la administración pública.
De estos tres casos, los primeros siguen nadando «de a pechito» en los pasillos del poder legislativo y del ejecutivo, con operadores que dedican tiempo completo a obtener las mejores oportunidades para sus principales jefes, ya sea comprando voluntades o cobrando favores. Aquí, el cabildeo no sería en sí un problema si la participación de las empresas fuera justa, pero, como se ha visto en muchos casos, la corrupción desde dentro sigue permeando, sobre todo cuando se ha permitido que espacios de decisión queden en manos de alguno que solo sirve al interés de quien lo colocó y no al proyecto como tal. La fórmula para erradicarlo es sencilla: basta con poner orden y revisar con lupa la actuación de cada quien. Y si no, para muestra está el botón del Sistema Nacional Anticorrupción.
El segundo caso pudiera ser el menos dañino. En un sistema democrático, es normal que un grupo de cualquier naturaleza política dedique sus energías (y recursos) a cuestionar u oponerse al proyecto de la 4T. Al final de cuentas, de eso se trata la participación y para eso sirven los distintos foros de expresión.
Sin embargo, el tercer caso es el más temible de todos, ya que el chapulineo se hace presente por todos lados sin que se vea por dónde se cerrará la puerta morenista a esta nueva clase política que ha venido emergiendo con fuerza desde el comienzo del mandato de López Obrador. Lo preocupante es que algunos de ellos inciden directamente en el acontecer partidista desde dentro, pero lo peor está por venir, pues ahora comenzarán una etapa de desdoblamiento que les permitirá tener mayor alcance, justo cuando está en puerta el proceso para la constitución de nuevos partidos políticos, como lo prevé la ley.
Entre todos los grupos que buscan hacerse de un partido político a partir del próximo año, los más cuestionables serán, sin duda, los que manifiestan cierta identidad con la 4T. Paradójicamente, aquellos que provienen de fuerzas contrarias u opositoras tienen perfectamente definida su estrategia: se sabe cuál es su ideología y no hay duda de que su principal bandera es oponerse a todo lo que signifique el obradorismo o su continuidad con Sheinbaum a la cabeza del movimiento. Pero quienes dicen estar del lado de la Cuarta Transformación son, en algunos casos, los que siembran la duda acerca de sus verdaderas motivaciones.
Por ello, resulta incomprensible que morenistas con afiliación busquen crear un nuevo partido. No porque se cuestione su derecho a hacerlo, mucho menos si su postura frente al actuar partidista queda de manifiesto. Lo cuestionable es que forman parte de las estructuras que fortalecen la burocracia partidista por encima de programas y principios. Eso es lo que se critica.
Una vez más, la crítica es a la dirigencia. No basta con emitir comunicados de la Comisión de Honor y Justicia amagando con iniciar procesos de expulsión. Hace falta fajarse por completo y comenzar una purga antes de que el caballo de Troya se adentre aún más.