Terrorismo y sucesión presidencial
Por Miguel Ángel Ferrer
Nada tienen de extraños los recientes e inusuales incidentes en el metro de la Ciudad de México.
A leguas se observa que esos incidentes no han sido fortuitos, sino deliberados. Y también es evidente que tales hechos tienen indudables nexos con la sucesión presidencial de 2024, y más concretamente, con la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum.
Podría decirse de esos incidentes que se trata de una estrategia política con dos propósitos obvios: uno, descarrilar la presunta candidatura presidencial de Sheinbaum, y dos, más general, golpear al partido Morena, indudable favorito para los dichos comicios de 2024.
Dicho de otro modo, la oposición, es decir, el bloque conservador, entiende que no tiene posibilidades de triunfo en las urnas, y ha decidido acudir a las conocidas campañas negras contra el gobierno, y, de pasadita, contra Sheinbaum, a quien suponen la más probable ganadora en las encuestas que habrán de definir al candidato presidencial de Morena.
Ese tipo de campañas negras son un viejo conocido de la sociedad mexicana. Pero antes, en la época del dominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI), esas campañas se utilizaban para desacreditar al precandidato tricolor que parecía con mayores posibilidades de lograr la candidatura presidencial.
En aquellas épocas los métodos predilectos eran los asaltos bancarios y los secuestros de personajes sociales relevantes. Además, claro está, de los actos y atentados de bandera falsa. Era un clásico todos contra todos. Este fue el telón de fondo de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968.
Y también del tristemente célebre halconazo (otra matanza de estudiantes y muchos ciudadanos en la vía pública y a plena luz del día) el 10 de junio de 1971. Ciertamente, no hay nada nuevo bajo el sol.
Esos dos sucesos admiten el nombre de terrorismo. Y permiten utilizar para calificarlos el adjetivo terrorismo. En este caso terrorismo de Estado, porque fueron diseñados y ejecutados por agentes del Estado: soldados, policías y grupos de paramilitares (los halcones) a sueldo del entonces gobierno del Distrito Federal.
Ahora es muy distinto. Los incidentes en el metro de la capital del país pueden ser catalogados como terrorismo, pero no de terrorismo de Estado, por la sencilla razón de que el Estado es completamente ajeno a ellos. Y que la cúpula, del poder es, más bien, la víctima Y, más concretamente, el gobierno del Presidente López Obrador.